Muchos meses después de haber publicado mi última entrada, vuelvo a la escena blogosférica.
En ese tiempo tuve un heredero más, fui contratado por una gran multinacional española, para ser despachado junto con otro grupo de compañeros, tres años después.
Expulsado al frío exterior de la cola del paro, y tres meses después reincorporado al mercado laboral.
Entre medias he sido testigo de un deterioro cada vez más acusado de las condiciones de trabajo. Y no me refiero sólo a sueldos y horarios, sino a las cada vez más frecuentes broncas inoportunas, gritos desaforados e insultos personales.
Hasta ahora nunca me había pasado algo así, podía contar las reuniones o situaciones desagradables con los dedos de una mano y aún me sobraban. Sin embargo últimamente es lo habitual. Y no hablo de que esté provocado por errores que hagan a la empresa perder cientos de millones, ni siquiera de errores, hablo de formas diferentes de hacer las cosas e igual de válidas que las que puede hacer el bípedo que está al otro lado de la mesa.
¿Debo soportar insultos? ¿debo soportar faltas de respeto?. A día de hoy mi hipoteca vale más que el respeto que me tengo y afuera todavía no hay un rayo de sol que caliente el ambiente.
Pero, que curioso, no es eso lo que más me preocupa. Más adelante ya os contaré que me ronda por la cabeza y me duele por dentro.
4/23/2010
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